Pozo ubicado en un predio en la esquina de la calle Mariano Escobedo y Aldama.
Mientras caminábamos con "la rama" en la mano, nos llamó la atención la estructura de un arco medio perdido entre la vegetación. Paty nos platicó que en los tiempos en los que la Tlalne todavía era una recién llegada a la zona, allá por 1989~, la única manera de abastecerse de agua era con los pozos.
Nos contó que había varios y que se hacían como acuerdo entre vecinos. Recuerda que el que servía para dar agua a la escuela estaba donde ahora es la Brújula. Le preguntamos a Paty si la jornada activa de la niñez de esos tiempos también tenía entre sus quehaceres recargar agua. Paty no lo recuerda con claridad pero supone que habrá a quien le haya tocado en algún momento ayudar a acarrear agua del pozo.
Estas anécdotas forman parte de una memoria comunitaria de la Tlalne, la cual no solo se trata de un espacio delimitado aislado de su entorno. Desde su llegada a Zoncuantla, la Tlalne se insertó como una parte más de la comunidad con dinámicas sociales como la que nos platicó Paty.
Actualmente, estamos por construir el captador de agua de lluvia de la escuela. La niñez ya vio con asombro el gran tinaco que está atrás de la dirección y se preguntaron que para qué era; incluso, mencionaron si podían meterse a jugar ahí. Si bien, desentona un poco ese "botezote", la emergencia actual por el agua también nos lleva a buscar opciones sostenibles para tener el líquido durante las próximas temporadas de sequía.
Niñez de la Bartolomé Cossío sobre el río Pixquiac durante la sequía en 2024.
La sequía en la zona no es cualquier cosa y más tratándose de un entorno natural caracterizado por el bosque mesófilo de montaña. Este ecosistema, que también se conoce como bosque de niebla, se supone que debería cargar con una importante cantidad de agua y sin embargo, ante nuestros ojos, en 2024 todo el entorno estaba languideciendo ante la falta de agua. Tan grave fue la situación que nuestro querido vecino, el Río Pixquiac, se quedó seco.
Durante el verano de ese año, la escuela Bartolomé Cossío de la Ciudad de México nos visitó. Nos emocionó mostrarles los cafetales y los senderos que hay en Zoncuantla donde los enormes árboles proporcionan una fresca sombra. Cuando les avisamos que iríamos a ver el río, no pudieron ocultar su emoción, así como tampoco su decepción al encontrar un lecho seco entre rocas calientes. Irremediablemente, estaban presenciando una de las tantas consecuencias del cambio climático global en apenas un pedacito del estado de Veracruz.
El grupo de Pili disfrutando de una clase paseo semanas antes de la sequía de 2024.
Esta crónica remata con la importancia que tiene el agua para la escuela. Nuestra relación con el agua no solo va de prácticas sostenibles como nuestros baños secos, sino que el vínculo con este recurso se impregna inevitablemente en nuestro quehacer pedagógico.
El agua que viene en días de lluvia nos inspira para hablar de ella, reconocer la cancha mojada y lodosa, así como notar cómo reverdece todo el barrio. Nos alienta a cuidar nuestros huertos porque su sola presencia llena de esperanza a los rábanos y al romero tanto como a quienes cuidamos de ellos. No podríamos sentir la escuela sin una clase paseo al río donde podamos brincar entre las rocas o desayunar ahí.
El Río Pixquiac en la primera gran lluvia después de la sequía en 2024.
Los pozos, el río, la lluvia son relatos que le proporcionan una fuerte identidad a la Tlalne. La historia de nuestra escuela no sería la misma sin el hecho de reconocer que desde aquellos lejanos tiempos, donde bajo el resguardo de una carpa de cerveza, levantamos en comunidad la estructura física de la escuela. Cambiamos la caña de azúcar por enormes hayas y fresnos, apareció una cancha, los primeros salones, los baños secos y la memoria de la lluvia de la escuela en el bosque.